Mucho se ha escrito sobre la importancia del 10 de noviembre y no pocos han
destacado el aporte de los personajes que intervinieron en el suceso histórico
que corona las luchas libertarias
y republicanas del Istmo. Sin embargo, algunas veces la valoración del 10 de noviembre se acomete desconociendo los antecedentes que permitieron que la región del antiguo Curato de Los Santos desempeñara un papel tan protagónica en la independencia nacional.
y republicanas del Istmo. Sin embargo, algunas veces la valoración del 10 de noviembre se acomete desconociendo los antecedentes que permitieron que la región del antiguo Curato de Los Santos desempeñara un papel tan protagónica en la independencia nacional.
Ya se conoce del poblamiento de la región, luego de la fundación de Parita
y Cubitá a mediados del Siglo XVI. A propósito, la desaparición de la última
población y el surgimiento de la Villa de Los Santos (1 de noviembre de 1569),
inician un proceso de articulación de los espacios geográficos que permite la
forja de una cultura y crea un sentido de pertenencia que eclosiona siglos
después en la personalidad colectiva del grupo humano que abandera la ruptura
de nexos con la antigua y monárquica España.
Dos aspectos son fundamentales para comprender el proceso y creación de la
nación orejana; la cultura y el grupo humano peninsular que hizo posible la
efeméride patria. El primero de tales elementos tiene que ver con el apego al
terruño, sentimiento que es expresión emocional de un minifundismo agrario que
centró sus valores en la posesión de la tierra. La segunda corresponde al
protagonismo de la Iglesia Católica; como elemento aglutinador del campesinado
depauperado que mora entre los ríos de la sabana antropógena y el pie de monte
de la Cordillera del Canajagua. La tierra y el catolicismo fueron originalmente
el aglutinante y la argamasa de la orejanidad.
La historia colonial registra y atestigua cómo evoluciona esa conciencia de
patria. Por ejemplo, resulta llamativo que en fecha tan temprana como el año
1589, dos décadas después de la fundación de La Villa, ya existe una disputa
por la administración del Curato de Los Santos. En el Archivo General de Indias
(AGI,) se deja constancia de ello al
asignar a fray Gaspar de Los Reyes (O.P.) como cura de la aludida población
(AGI/1.16416.1.4/ PATRONATO, 4, N.8, R.2 ). Un año antes, 8 de diciembre de
1588, ya se ha emitido una Real Cédula al Presidente y Oidores de la Audiencia
de Panamá en la que se establecen los procedimientos para la edificación de la
Iglesia de La Villa de Los Santos (AGI, PANAMÀ 237, L.12, F 114V-115RR). En el
siglo siguiente, el 27 de enero de 1633, se deja constancia de una solicitud de
La Villa de Los Santos para fundar un convento de recoletos de la orden de San
Agustín (AGI, PANAMA, 238,L. 15F.93V-94R).
Estos documentos son vitales para la historia de la región, ya que
ratifican la relevancia del aludido asiento poblacional y la hegemonía que
desde entonces mantuvo la población ubicada a la orilla del Río Cubitá. Tiempos
difíciles aquellos, época cuando el hombre lucha por habitar los parajes
santeños y se enfrenta a la ausencia de brazos. Así, en 1592, el regidor de
Panamá, Don Baltasar Pérez, habla del despoblamiento en que se encuentran las
ciudades de Natá y Villa de Los Santos, aduciendo que no se les permite la
explotación de las salinas (AGI/1.16403.10.5.5// PANAMÄ, 43,N.54).
Las pesquisas históricas demuestran que en 1625 ya existe malestar entre
los habitantes por la asistencia militar que los vecinos de la jurisdicción
santeña tienen que prestar a la Ciudad de Panamá. Así lo confirma una Real
Cédula dirigida a Rodrigo de Vivero, Gobernador y Capitán General y Presidente
de la Audiencia de Panamá, en la que se deja constancia de ello (AGI, PANAMA,
237,L. 14, F.267R-267V). Hay más, en ese año otra Real Cédula hace referencia a
la solicitud de los vecinos que desean vender libremente sus productos sin la
existencia de trabas e impedimentos (AGI/1.16403.10.3.22//PANAMA,237,l.14F.266R-266V).
La correspondencia de la fecha parece confirmar una creciente independencia
económica como producto del florecimiento del agro santeño y natariego, pero
particularmente del primero. En 1647, por ejemplo, se habla de prohibir a pulperos y regatones el
acaparamiento del maíz que se produce en La Villa
(AGI/PANAMÁ/238,L.16,F.98R-99R). Sin duda ya aparare allí la génesis temprana
de una autonomía económica que debió tener su repercusión en el plano político.
Hay que recordar que ese también es el período del contrabando que en los
Siglos XVII-XVIII caracterizó el área norte de Coclé y que involucró a la
colonial Natá de Los Caballeros. Algún grado de incidencia tuvo que tener sobre
La Villa de Los Santos, población que ya para aquellas calendas supera a la
colonial población coclesana. Por eso no es casual que La Villa fuera víctima
de la codicia de los piratas que merodeaban la costa., como en el caso del
ataque del pirata Townley, sucedo acaecido el 12 de junio de 1686.
Una mayor y más detallada pesquisa podría confirmar cómo lo descrito apunta
hacia la conformación de un grupo humano (el orejano), que subsiste alejado del
Panamá transitista y que posee intereses económicos que no necesariamente
coinciden con los existentes en la tradicional ruta de tránsito. Pienso que esa
visión de mundos contrapropuestos adquiere su expresión en el eje La Villa -
Natá vs Panamá-Portobelo-Nombre de Dios. Es decir, al parecer existen dos
fuerzas sociales, que no obstante complementarse, difieren en su base de
sustentación económica. Si lo planteado es correcto, entonces la realización
temprana del 10 de noviembre de 1821, consciente o inconscientemente, recoge las contradicciones no resueltas entre
el Panamá Transitista y la Nación
Orejana. Porque así como el 28 de noviembre de 1821 es portaestandarte
del Panamá mercurial, el 10 de noviembre encarna la orejanidad periférica e
irredenta.
Ha pasado el tiempo y al inicio del Siglo XXI podemos afirmar que ha
triunfado el primero de los proyectos, el que con tanto denuedo defendió en el
decimonono Don Mariano Arosemena. En cambio, olvidando las lecciones de la
historia, el interiorano se ha contentado con recibir las migajas del
desarrollo y solo mira en el Grito Santeño otro asueto del calendario de la
nacionalidad. Al reducir la efeméride del 10 a un asunto de murgas y tambores,
olvidando el primigenio proyecto de Francisco Gutiérrez, primer alcalde
ordinario de la Villa de Los Santos, sin percatarnos los orejanos renunciamos a
nuestra independencia económico-política para ser juguetes del transitismo y
víctimas de los espejismos canaleros. Tal es nuestra verdadera y contemporánea
tragedia, conmemorar el Grito Santeño despojándolo de su filosofía liberadora,
como si la gente no importara y el aporte de la nación orejana fuera un mero
accidente histórico. Es decir, un simple sueño de manutos y no la más
trascendente saloma libertaria del Panamá profundo.